
Para hablar de multiculturalidad necesitamos pasear por la Historia, pues no se puede comprender la fusión actual de culturas sin saber de nuestras raíces.
Andalucía, desde siglos, ha sido una tierra multicultural. Griegos, fenicios y romanos llegaron hasta nuestras costas y se asentaron en estas tierras. Se dice que oleadas de gitanos llegaron hasta Andalucía procedentes de África. Incluso algún flamencólogo como Félix Grande afirma que la palabra “gitano” procede de egipciano, es decir, de Egipto. Más tarde llegaron los árabes y, con ellos, numerosos judíos que durante siglos convivieron con los cristianos que ya habitaban aquí, dándose el mayor ejemplo de multiculturalidad habido en la Historia de España. Estas tres culturas coexistieron con todas sus diferencias, llegando al vínculo de unión de la convivencia y del reconocimiento de las distinciones del otro. Todos se enriquecieron y pusieron las bases de lo que hoy es la cultura andaluza. Después de la conquista de Al-Ándalus por los distintos reyes castellanos, se pasó de un período donde la tolerancia hizo florecer la cultura, a una época de intransigencia con la expulsión de árabes y judíos.
El descubrimiento de América coincide con la derrota del último reino musulmán de la península. Los Reyes Católicos anexionan el reino de Granada a Castilla y, al mismo tiempo, Isabel la Católica auspicia el descubrimiento de América. Por lo que, de nuevo, tenemos que hablar de multiculturalidad, ya que en el Nuevo Mundo no se hallaba una sola cultura, pues podemos citar desde las sociedades avanzadas de incas y mayas hasta la trashumancia de los apaches en Nuevo Méjico y California. Al igual que ocurrió en Al-Ándalus, la imposición de la cultura dominante destruyó o intentó destruir física y sentimentalmente a los vencidos. Se les aceptaba si renunciaban a todo aquello en lo que hasta el momento habían creído o había sido su vida y, aún así, fueron tratados como animales. Costumbres, creencias ancestrales y miles de nativos que habitaban allí, fueron sometidos y convertidos en vasallos de los colonizadores a los que, más bien, podría llamar exterminadores, usurpadores o codiciosos.
Sin embargo, es imposible acabar con las raíces de un pueblo y, sin más remedio, surge la multiculturalidad. El amerindio es obligado a abrazar una nueva cultura impuesta, aunque en sus fueros internos, defienden y esconden lo que aprendieron de sus mayores y, pasados los años, sus hijos, nietos y biznietos, son el resultado de una fusión de culturas. Todo eso lo podría resumir con la canción de Carlos Cano, “La habanera de Cádiz”: “(…) La Habana es Cádiz con más negritos, Cádiz es la Habana con más salero (…)”
En nuestros días, estando en pleno siglo XXI, el concepto de dominio de una cultura sobre otra no ha cambiado, pero hoy es a la inversa. El desplazamiento de personas de países pobres a otros con un mayor nivel de vida en busca de prosperidad y trabajo se puede hacer mediante acuerdos entre gobiernos o de manera irregular, pero el resultado es casi el mismo: tienen que renunciar, a lo que fueron, a su propia identidad y aceptar lo bueno y lo malo de la cultura que los recibe, que quizás criticará el que una musulmana lleve el velo islámico cubriéndole la cabeza y, sin embargo, le parece normal que una religiosa lleve un hábito permanentemente.
En los EE.UU, a pesar de la abolición de la esclavitud, los Estados del Norte impusieron su forma de vida a los del Sur, las personas de raza negra siguieron sometidas al dominio de los blancos, los indios fueron prácticamente exterminados o confinados en reservas y los latinoamericanos fueron considerados seres inferiores.
Hoy en día en los EE.UU, son las personas de color o los inmigrantes iberoamericanos los que hacen los trabajos más duros y desagradables. Igual ocurre en los países de la Europa más avanzada con los magrebíes o las personas procedentes de la Europa del Este. En España, estas circunstancias también se dan con los latinoamericanos.
Llamando a la reflexión, quiero hacer un paréntesis para recordar que en ningún momento ha servido de algo el privar de libertades o exterminar culturas para imponer otras. En la diversidad está el progreso, y no en la globalización imperialista e impuesta que nos hace comer, vestirnos, pensar y comportarnos todos por igual sin dejarnos ser realmente libres.
No obstante, España vuelve a ser una sociedad multicultural y, al igual que este año un hombre de color será candidato a la presidencia de los EE.UU., a lo mejor en un futuro no muy lejano, una mujer con el velo islámico se sentará en la Moncloa.
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